Es a A. Bellino que se debe el reconocimiento de varias estaciones arqueológicas de la Edad del Hierro, especialmente castros - o citanias -, temática bastante grata a los investigadores de la época, por encuadrarse en la línea general de investigación llevada a cabo en otros países sobre la expansión celta y, por haberse revelado una forma de acentuar las particularidades de la región norteña anclada en esos tiempos y locales.
No sorprende, por consiguiente, que los castros poblasen desde entonces, tanto el imaginario colectivo de la región, cuanto el interés intelectual de sucesivos investigadores, terminando por identificar ejemplares de esta tipología arqueológica. Fue el caso, entre otros, del "Castro Máximo o Monte de Castro", implantado en uno de los puntos más elevados de la periferia de la zona urbana de la actual ciudad de Braga, disfrutando, por consiguiente, de un excelente dominio sobre el paisaje envolvente.
Aunque la actividad ejercida en las canteras situadas en las mediaciones haya sido alterada considerablemente la configuración primitiva del castro, existen registros de excavaciones realizadas en su perímetro durante la década de treinta del siglo XX que apuntan hacia la existencia de un sistema defensivo originalmente compuesto por dos líneas de muralla y de fosos. Además de estas evidencias, habrán sido identificados vestigios estructurales de habitaciones de planta predominantemente circular, en la zona interna delimitada por las murallas.